—¿Por qué hoy en día no se conoce la «Canción de las Ciudadelas»? ¿Por qué nadie fuera del gremio de los herreros la ha oído? La razón es que el gremio la ha prohibido. Ha desaparecido de la circulación pública. Y ahora casi lo ha hecho de las mentes de hombres y mujeres. El gremio la consideraba peligrosa. Ya no se habla de ella en nuestro gremio, aunque a veces entre nosotros susurramos quedamente lo que pasó. La historia sólo sobrevivirá entre nosotros de boca en boca. No hay registros ni en nuestros archivos ni en ningún otro. Ni siquiera los legisladores de C-T poseen la «Canción de las Ciudadelas». ¿Por qué ahora? ¿Quizá te preguntes por qué te cuento ahora esta historia? La verdad es que aquí entre nosotros, en C-T, pronto va a pasar algo parecido. Esa historia podría habernos avisado… nos podría haber ayudado a prepararnos. Pero no. El gremio pensó que lo mejor era borrar su existencia de la memoria. Pero una vez que algo ha existido deja huellas tras de sí. En algún lugar. Como nosotros, aquí y ahora.
El Herrero sirvió otros dos tazones del dulce líquido caliente y se echó hacia delante apoyando los codos sobre sus rodillas. Respiró hondo.
—Hace mucho tiempo, no lejos de donde ahora estamos sentados, un herrero sabía la «Canción de las Ciudadelas». Se la recitaba a menudo a todos los que llegaban y preguntaban. Contaba una historia de un lugar en el horizonte donde los soles no se nos muestran. Un lugar donde hay otra Ciudadela y la vida es feliz. Es un reflejo de nuestro futuro, en el que la humanidad ha aprovechado sus plenos poderes, donde el progreso es evidente. Es un sitio donde a la gente no le falta de nada. Un lugar que existió antes de C-T y que le precedió hace mucho tiempo. Se dice que las Ciudadelas son las custodias de la humanidad. Ese herrero hablaba mucho acerca de aquel lugar, cuyo nombre se me ha prohibido revelar bajo juramento, ahora y en cualquier momento. Un día, cuando el herrero estaba relatando su historia, se cuenta que un hombre de un gremio rival cuestionó la narración del herrero. Aquel contrincante dijo que la historia era una fantasía y nuestro herrero un farsante. Desafió la integridad de un miembro de la corporación. Nuestro herrero tenía que responder o perder su reputación. El herrero proclamó, por el honor de su familia y sus ancestros, que cada palabra era cierta. Porque era la historia de su familia, conocida por ellos durante generaciones. El adversario no cedió. De nuevo, denunció al herrero por dar falso testimonio y por ser hombre de naturaleza endeble. «Si la historia es verdad», dijo el rival, «debe probarlo o perder su honra. El herrero tiene que viajar a ese lugar, a esa otra Ciudadela, y demostrar su existencia». Para entonces la audiencia estaba atrapada en las emociones colectivas del desafío. Estaban ansiosos por saber de esa otra Ciudadela; puede que ávidos por conocer el futuro. Los hombres son así.
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